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En algunos territorios de África o de la India, el niño, desde su nacimiento, recibe un complemento de fuerza con los masajes que su madre le dispensa. Este contacto estrecho despierta sus sentidos y estimula sus capacidades de defensa. Los primeros contactos con el mundo exterior son, entonces, cálidos y tranquilizadores; son múltiples y variados.
El niño tiene la suerte de vivir en esta proximidad física siente, inconscientemente una fuerte necesidad de recibir todavía más. Desea, más que otros, alimentarse. Su impulso vital se ve estimulado. Su crecimiento se inicia en las mejores condiciones. Su desarrollo psicomotor es más armónico que el de un niño privado de una relación maternal.
Esta relación es vital para el niño que se está formando y estructurando. Crea sus bases, esas bases sobre las que el adulto en el que se convertirá deberá desarrollar su vida.
El niño también tiene necesidad de tocar materiales naturales como los tejidos, la arena, la tierra, la madera…, que también ofrecen ese calor suave y agradable que le ayudan a desarrollarse, induciendo al mismo tiempo, la necesidad de explorar su entorno.
Pero cuidado, es indispensable respetar su ritmo, cada niño tiene el suyo. Acelerar el proceso es absurdo, se pone en pie el solo cuando está preparado. Su musculatura y sus huesos, bien formados, podrán soportar el esfuerzo. El crecimiento se toma su tiempo.
El niño, espontáneamente, puede estar adelantado o atrasado. Pero, en cualquier caso, sabe cuándo puede dar el paso.
El ritmo, a través de la música, debería ser el primer campo a explorar. La vida obedece unos ritmos alternados y el cuerpo tiene propios: sueño-vigilia, respiración, latidos del corazón… Es importante que el niño los perciba y aprenda a acoplarse a ellos, a jugar con ellos.
El cuerpo llama al movimiento, desea la flexibilidad, aspira a la fuerza. No es una carga, sino una necesidad natural que se presenta y se vive con un profundo sentimiento de realización. La energía surge del fondo de nosotros mismos y refuerza nuestra columna vertebral, que solo quiere ponerse derecha.